viernes, 30 de mayo de 2014

Grisaceo sobrecojedor: La unidad


Familiarizarse con el dolor minucioso, abrazar los costados perversos que recorren los espacios de los humanos.
Reconocer a través de telarañas que despiden los recuerdos, ese rostro que es el  nuestro, que vive intacto, ese rostro que además de reflejo es alma y nos autoriza a vivir en el pantano que es paraíso y que por mas ambiguo que sea, no espanta, no hiere, no desespera.
Y si llegara a hacerlo, la piel nuestra atravesará nuestra tragica azotea de intentos infinitos hasta tocar fondo en la sangre y reconocer su mérito, amar su mérito.
Familiarizando así nuestros ojos con esos espantapájaros que nos estancan en la agonía de los prejuicios, de los fracasos.
Asumiendo el margen fugaz en donde los martires estos palpitan.
Adorándolos, rozándolos, vivenciandolos, para sublevarte en esta azotea desde debajo del suelo duro, doliente; que por más complejidad y suciedad que este espacio tenga: ¿Cuanto tiempo se alojó en tu vientre? ¿Cuantas veces rozó tu echo lastimoso dejando pasar las horas?
Esta suciedad está en vos, está en mi.
Tengo barro en los tobillos, el tiempo transcurrió y permaneció aun como tela araña del recuerdo, de la memoria que sigue flotando con la diversidad que abarca este vivir transcurrido.
Convivir con esto no es facil, este estado, como señor desgraciado que es, es capaz de pegarse cual garrapata chupando tus palpitos y consumiéndote.
Por eso, tomalo del rostro que vos mismo le adjudicaste, que es triste y sucio; miralo a los ojos y decile, si es necesario gritale:
En este día cedo mi arrepentimiento al viento que ya sabrá que hacer con él y te voy a amar, a reconocer como a cualquier otro estado y a vestir con ropa nueva y limpia para que vivas cómodo en mi vientre prescindiendo de tu agresividad prematura.
Andá al baño, secate los ojos si es necesario y concentrate en el reflejo de tu mirada, despuntá tu cuello, recojete el pelo y rezá porque el día esté soleado para ir a jugar.

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