miércoles, 21 de mayo de 2014

Grisaceo sobrecojedor: La madame

La madame se despierta en su casa, se integra desparramada, se endereza y erguida articula sus pantorrillas; sus pies concientes en el piso empiezan a caminar.
Llama a sus gatos y enérgicamente les da su alimento balanceado, su Dios alimento.
Ellos, seres oscuros de bigotes exclusivos sumerjen su cabecita esponjosa en el plato y terminan su alimento para mimetizarse con los tejidos que pronto arroparán sus osadas colchonetas que existen como huellas.
Tendiendo coordenadas espiraladas se aquietan para volver a sí mismos y relajarse, dormirse; fortaleciendo sus frecuencias somníferas e intuitivas.
La madame los mira enternecida- ¡Qué criaturas mas complacientes!
Y allí es donde mora su felicidad humana, tan alivianada en su bosquejo de vida tranquila junto a sus alfombras, gatos y margaritas de plástico (para sentirse fructífera)
Pero como cada mañana, bajo el manto del sol, tormenta, nube, esponja gris; esta señora almacena una baraja de infusiones estilisticamente conformes a los estados que experimenta día por día.
Y ni hablar de sus contenedores:
Taza chica, taza grande, pocillo, cacharro, con una manija, dos manijas, multifaséticas manijas, extravagantes manijas y colores, portadores de cuchara, cucharita y cucharón.
Santificando sus modelos, decide, escoje su primer té, el regenérico, el más importante y nutritivo. De pronto la invade una intuición maldita cuando con su "cucharita" rasquetea las paredes incipientes de la porcelana fría de ese tarrito desdichado por prescindir del azúcar necesario para ser feliz.
Acariciando y estirando levemente la cúpula de sus ojos la señora intenta ser apacible para no cruzar la linea que quiebra la tolerancia para partirse en pánico.
Toma el teléfono, mordiendo su labio marchíto inferior y llama a su hijo.
(Ella está muy vieja para ir de acá para allá, o al menos eso cree ella, señora de sutilezas hogareñas y televisores pedantes)
-Hola madre- dice él
-Hola, Marcelito, oigo ruido de barullo. ¿Dónde estás?
-En pago facil má. ¿Vos cómo estás? ¿Pasó algo?
- ¡Ay! Qué bueno que preguntas. No quisiera molestarte hijo pero el dia está muy humedo para salir y me quedé sin azucar. ¿No podrás pasarte por acá?
-Uh mamá ¿Para qué existen las vecinas? Decí que ando cerca, en un rato voy; te llevo algo para comer ¿Te parece?
-Si hijo sí, sos un amoroso. ¡Primordial el azúcar por favor!
-Si mamá, tranquila. Chau chau.
La madame toma asiento mirando al reloj angustioso que la mira y la madame lo mira y son dos presas de sí mismos, se crean a cada instante.
Suena el timbre y ella va trastabillando hasta la manija.
Lo recibe y lo abraza.
Marcelo activa su rumbo tranquilo hacia la cocina y ella hace lo mismo pero pequeña diferencia, su rumbo está alborotado.
Hierve el agua y la madame se desliza con un congojo satisfecho hacia la pava para verter el agua a su taza chica-azul-con lunares-unimanijal. Finalmente toma asiento para absorber su bebida sagrada.
El almacena las verduritas cortadas a un costado de la mesada y empieza a freír especie por especie mientras traba charla entrecortada con ella que mira la tele a lo lejos.
Al transcurso de unos aproximados 50 minutos, la comida yace reluciente sobre la mesa también reluciente con un mantel reluciente, entre manos relucientes, debajo de sus caras relucientemente entes.
En la sobremesa él se encarga de otorgar su té after comida a la madame que la ayuda a digerir mejor.
Acto siguiente, se empieza a tratar una charla (poco peculiar) inclinada hacia el tema tránsito de personas en la calle, en el supermercado, y en distintas sucursales de nuestro país argentino.
Avanzada esta conversación que desvaría entre el desacuerdo y el acuerdo (que en este transfigura mas Marcelo por ceder que por otra cosa) se empieza como a desmembranar la paciencia mental de la señora Madame y sin procedimiento previo pega un grito que de tan fuerte queda al unísono de todo el bochorno de la ciudad entera de Buenos Aires.
-Pero mamá, tranquila. ¿Qué te pasa?
-¡Que me pusiste el té en taza grande Marcelo! Ay, querido, ay, sabés que es mediano después de comer. ¿Por qué me hacés esto?¿Me querés hacer mal vos?
-Alejandra ¿Vos me estás jodiendo? ¡Tomá menos! Vengo... Te hago la comida con la mejor onda y ¿me hacés un despiole de la gran madre por una taza?
-Ah ¿Así que ahora me pasás factura por la comida? ¿Sabés cuantos años te cociné yo querido? ¡Veintiuno! Aprendí sobre tus platos favoritos y te hice día tras día el plato predilecto... Y ahora resulta que para el pibe es un enigma saber cómo prepararle el té a su propia vieja. Querido yo estoy vieja por si no sabías, merezco un poco de paciencia.
-Pero vos sos la que no me tiene paciencia a mí, mamá. ¡Sos re obsesiva! Y de pendejo me tenías a rienda corta, sí, me cocinabas días tras día pero nunca redimiste mis ideales ni me apoyaste en mis proyectos. ¿Sabés qué? Mejor me voy yendo, estoy un poco apurado por si no se nota...Nos vemos mamá.
 Portazo.

(Pasan aproximadamente 5 minutos)


La madame mira a sus felinos y les dice:

¿Ven que ustedes son los únicos que me complacen? Nadie allá afuera puede hacerlo, pero ya va a ver Marcelito...Es un poco terquito marcelito, me dice obsesiva; pero la madame es sofisticada de más también, es dificil abastecer mis deseos íntegros y sutiles.
A mi me angustia por él que si con su madre y un té le va así no me imagino con las mujeres...

A ver la comidita...

Ah no, cierto...que ahora les toca platito amarillo.


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