El esbozo de un sitio nuevo (ojalá soleado) parpadea titubeante bajo el abrigo de las alfombras y los tejidos otoñales de las cortinas que se amarran con sogas.
El hombre moreno, que llamaré Espinas llega a mi casa, se balancea y me mira, bloqueado, enroscando sus labios; yo observó e imagino una avalancha de posibilidades que podrían desplegarse en ese momento.
Deslizo las cortinas otoñales hacia el centro y lo unico que queda es la sutileza de mi grato gesto para estimular la motivación del cuarto y sus albedríos osados.
Me siento, lo miro traviesa, me prolongo por momentos y dudo un poco.
Espinas tiene una capacidad para abrigar y desorbitar sus ojos que me caigo de culo al piso y atravieso la madera, me clavo los tornillos, todo.
Por mas día nublado que sea, por mas que lo más excentrico de esta vivencia sea mi codo rozando la mesa, hay una especie de antimateria que me regenera como su victima, en retaguardia; en contacto con su silencio alborotado, devastador, tan lleno, tan catarata, tan grito desesperado, tan espectante.
Ay ay ay, tan punzante Espinas, desde que lo ví me gustó tu insólita abertura con la realidad y que tu conciliación siempre fuera una coexistencia almidonada, callada, irreversible y un poco en pánico, desprotegida.
Me dirijo al baño discreta y me miro en el espejo. Es como si me mimetizara con él y llenara mis pulmones con ansiedad de vaciar un tanque irremediablemente atiborrado de amor, grotesco para los ojos determinantes.
Me integro de nuevo en esas olas miedosas y atemporales.
Me acuerdo que había servido un vaso de cerveza y voy como de a saltitos a tomarlo, como una minuciosa salida de emergencia.
Ablandando los muslos en el piso fresco otorgo exultante unas cartas de baraja común española y Espinas asiente sonriente y cándido.
Al hacer todo este proceso de contar las cartas, para no pegarse flor de desilución repartiendo y todo lo que el juego pretende, reflexiono que la coraza sensitiva que tiene Espinas es casi de una maleabilidad impenetrable.
Quizás siempre estoy un poco mas errada que todo, siempre un poco más abajo, un poco mas a la derecha, abajito, arribita, en dos lugares a la vez, parcialmente ensimismada, contradictoria, estupidizante.
Lo abrazo y resurge ese infinito y complejo problema de lateralidad, dificil de circunscribir, dificil de inteligir pero sesnible a las pasiones, a los 26 ríos que sostienen sus ojos, a sus contradicciones reales, verdaderas, libres de ser lo que son, porque lo amerite o no, pero se filtra y renace en la oreja derecha de tu compañero que arde rojísima.
Y se despliegan las carcajadas, sale el movimiento lúdico de nuestros cuerpos, siempre con esas reservas mentales que quedan secretas ¡porque sí!
Doy un brinco brinco y pongo Miguel Abuelo, porque le creo y es mi amigo, mi confidente además de mi (y qué divertidísimo es ser autoconfidente, tan uno, tan solo y triste, tan existente y vivo)
Canto, me exalto, efusiva juego, jugamos atropellados, sin un gramo de estrategia o ganitas de triunfar. Era así, tan puente ese juego, tan extensión de uno a otro...
Por mas día nublado que sea, por mas que lo más excentrico de esta vivencia sea mi codo rozando la mesa, hay una especie de antimateria que me regenera como su victima, en retaguardia; en contacto con su silencio alborotado, devastador, tan lleno, tan catarata, tan grito desesperado, tan espectante.
Ay ay ay, tan punzante Espinas, desde que lo ví me gustó tu insólita abertura con la realidad y que tu conciliación siempre fuera una coexistencia almidonada, callada, irreversible y un poco en pánico, desprotegida.
Me dirijo al baño discreta y me miro en el espejo. Es como si me mimetizara con él y llenara mis pulmones con ansiedad de vaciar un tanque irremediablemente atiborrado de amor, grotesco para los ojos determinantes.
Me integro de nuevo en esas olas miedosas y atemporales.
Me acuerdo que había servido un vaso de cerveza y voy como de a saltitos a tomarlo, como una minuciosa salida de emergencia.
Ablandando los muslos en el piso fresco otorgo exultante unas cartas de baraja común española y Espinas asiente sonriente y cándido.
Al hacer todo este proceso de contar las cartas, para no pegarse flor de desilución repartiendo y todo lo que el juego pretende, reflexiono que la coraza sensitiva que tiene Espinas es casi de una maleabilidad impenetrable.
Quizás siempre estoy un poco mas errada que todo, siempre un poco más abajo, un poco mas a la derecha, abajito, arribita, en dos lugares a la vez, parcialmente ensimismada, contradictoria, estupidizante.
Lo abrazo y resurge ese infinito y complejo problema de lateralidad, dificil de circunscribir, dificil de inteligir pero sesnible a las pasiones, a los 26 ríos que sostienen sus ojos, a sus contradicciones reales, verdaderas, libres de ser lo que son, porque lo amerite o no, pero se filtra y renace en la oreja derecha de tu compañero que arde rojísima.
Y se despliegan las carcajadas, sale el movimiento lúdico de nuestros cuerpos, siempre con esas reservas mentales que quedan secretas ¡porque sí!
Doy un brinco brinco y pongo Miguel Abuelo, porque le creo y es mi amigo, mi confidente además de mi (y qué divertidísimo es ser autoconfidente, tan uno, tan solo y triste, tan existente y vivo)
Canto, me exalto, efusiva juego, jugamos atropellados, sin un gramo de estrategia o ganitas de triunfar. Era así, tan puente ese juego, tan extensión de uno a otro...
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